EL PRIMER ANTISEPTICO DE LA HISTORIA EL CLORURO DE CALCIO.
LA VERDADERA HISTORIA DE LA TEORIA INFECCIOSA.
Este articulo se basa en una pregunta todavía no contestada ¿Por qué los antisépticos no tóxicos derivados del cloro y el yodo, solamente se usan para depuración de aguas y en medicina para aplicación tópica es decir en la piel y no se usan por vía general, es decir por la boca, hasta tal punto que no existe información científica al respecto ni en revistas científicas, ni tan siquiera en internet, porque todo ha sido ocultado?
Tras la suspensión por parte del ministerio de sanidad del producto conocido por el nombre de MMS por posibles contraindicaciones y efectos adversos y ante la inminente salida al mercado de un nuevo dietético, compuesto de productos derivados del cloro y del yodo, debidamente autorizados, por el mismo y sin contraindicaciones o efectos adversos y administrado por vía general, es decir por boca, denominado CLORUDOL. He pensado que sería bueno que conociesen la historia del uso médico como antiséptico de uno de los compuestos, incluido en la fórmula del CLORUDOL, el cloruro cálcico, porque mucho se ha escrito sobre el uso de los derivados del cloro y el yodo como antisépticos dérmicos, es decir administrados por vía externa, pero nada se ha hablado en ciencia médica sobre las aplicaciones de los derivados no tóxicos del cloro y el yodo por vía general.
Los conceptos e ideas trasmitidos por la historia de la medicina, muchas veces no corresponde a la realidad, atribuyendo descubrimientos y logros científicos a aciertos médicos y olvidando muchas veces a otros, a los pioneros de dichas investigaciones, los cuales casi siempre han sido perseguidos, difamados y a veces encarcelados y han pagado incluso con su muerte, la temeridad de dedicarse a aliviar el sufrimiento humano, es el caso de Semmelweis y otros en la historia de la medicina, incluso sigue ocurriendo actualmente lo mismo, puesto que algunos científicos han sido estos últimos años encarcelados, por defender novedosas teorías acerca de las causas del cáncer y otras enfermedades, incluso de su tratamiento, teorías que quizá en un futuro serán admitidas por la ciencia oficial, quizá cuando el científico encarcelado ya haya muerto y los enfermos que podían haber sido curados o aliviados también.
Los muertos en la antigüedad producidos por enfermedades infecciosas, incluso por heridas quirúrgicas infectadas, pueden contarse por muchos millones, y principalmente esto fue por no contar en aquel tiempo con un antiséptico, como el cloruro de calcio.
Piensa, que la penicilina fue reconocida por la ciencia y comenzó a aplicase a los enfermos a los veinte años de su descubrimiento, en esos veinte años fallecieron millones de enfermos por infecciones que podían haber sido curadas por la misma.
Edward Jenner e Ignaz Philipp Semmelweis hicieron descubrimientos clave para la historia del tratamiento de las enfermedades infecciosas, especialmente meritorios por ser anteriores a la teoría microbiana de Koch y Pasteur. Sus esfuerzos y postulados no siempre fueron bien aceptados por la comunidad científica coetánea.
Louis Pasteur y Robert Koch demostraron en el siglo XIX que muchas enfermedades tienen origen infeccioso. Aislaron y cultivaron los gérmenes causantes de muchas enfermedades infecciosas y desarrollaron vacunas, métodos de esterilización y medicamentos. Las líneas de trabajo de los fundadores de la teoría microbiana condujeron al descubrimiento de vacunas, quimioterápicos, antisépticos y antibióticos. Pero antes de que se estableciera y aceptara la teoría microbiana, Edward Jenner había ya introducido la vacuna antivariólica y Semmelweis había descubierto el origen de la fiebre puerperal, reduciendo muchisimo su mortalidad con el uso del primer antiséptico: el cloruro cálcico.
Pero siendo muy importante lo que logro Semmelweis en cuanto a la fiebre puerperal se refiere, fue más importante el que lograra demostrar, que las enfermedades infecciosas, se contagiaban y sobre todo incluir el concepto de asepsia y antisepsia, es decir de limpieza e higiene, para evitar dicho contagio y el uso de un producto para combatir la infección. EL CLORURO DE CALCIO “autentico padre de todos los antisépticos”.
Quizá esto hoy parezca una tontería por su evidencia, pero en aquellas época nada se sabía al respecto y seguro que el lector sabe, que hoy día se conoce, que la verdadera causa de las grandes epidemias era el estado de suciedad en que se vivía en ese tiempo y antes en la edad media por ejemplo.
El concepto de asepsia, va ligado a los antisépticos y el primero que se uso como tal, fue el cloruro de calcio, por parte de Semmelweis, pero su uso fue como agente externo, para desinfectar las manos y la pregunta surge inmediatamente ¿Por qué si este producto mata los gérmenes externos, porque no se administra por la boca para los agentes infecciosos internos, osea los que han colonizado dentro del organismo y han dado lugar a enfermedades diversa, a veces muy graves y que conducen a la muerte? Y la respuesta es porque surgieron los antibióticos.
Los datos más antiguos que se conocen sobre la historia de la vacunación datan del siglo VII, cuando budistas indios ingerían veneno de serpiente con el fin de ser inmune a sus efectos. Por otra parte, desde el siglo x, el pueblo chino practicaba la variolización con el fin de inocular el virus de la viruela de un enfermo a una persona susceptible, sometiendo además, las pústulas variolosas, a un proceso de ahumado con el propósito de disminuir su virulencia.
La viruela solamente mato mas del 50% de la población americana, cuando la colonización hispana.
Ya a mediados del siglo XVIII, el médico inglés Francis Home, realizó algunos intentos de inmunización contra el sarampión; pero sin lugar a dudas, el también inglés Eduardo Jenner, fue quien marcó una nueva etapa en la historia de la inmunización, conociéndosele mundialmente como el padre de la vacunación. En 1768.
En el siglo XIX Louis Pasteur y Robert Koch desarrollan la teoría microbiana. Se dieron cuenta de que muchas enfermedades, como la rabia y la tuberculosis, son de origen infeccioso y producidas por gérmenes, que se transmiten de personas infectadas a otras sanas, que a continuación contraen la enfermedad. Para que un germen se considerara causante de una enfermedad debía cumplirse una serie de requisitos que fueron establecidos por Robert Koch. En primer lugar, en los tejidos del organismo enfermo debía poder identificarse el microorganismo que en principio se relaciona con la dolencia. A continuación, si se inoculaba ese germen a un animal sano debía producirse la enfermedad y era preciso que pudieran identificarse nuevamente los mismos gérmenes en sus tejidos. Una vez demostrado que un determinado germen era el causante de la transmisión de una enfermedad, empezaba la búsqueda de opciones terapéuticas: identificar sustancias que destruyeran los cultivos de los gérmenes y desarrollar vacunas que inmunizasen contra la enfermedad.
Pero la pregunta que surge inmediatamente es: porque tanto Pasteur como koch, piensan en la vacunación como método de prevención de las enfermedades infecciosas, cuando en realidad nada sabían acerca de los anticuerpos ni tan siquiera se conocía nada acerca del concepto de inmunidad y la respuesta es, que se habían fijado en los descubrimientos realizados por el repudiado de la ciencia ortodoxa de aquel entonces, llamado Jenner y otros que citamos mas tarde, porque no creo que conociesen la práctica de la vacunación en china y en india en siglos anteriores, sin embargo nunca lo reconocieron, siendo esto una práctica muy normal entre los investigadores de todos los tiempos, incluso ahora, pero con ello no conceden el autentico logro al pionero y lo ocultan ante los ojos de la historia, pasando ellos por ser los primeros, cuando en realidad no lo son, no son los genios, solo se han dedicado a encontrar el porqué de la genialidad, o sea se han aupado a los hombros de un gigante, pero no lo han reconocido, pero incluso en este caso cabalgaban a lomos de Jenner y Semmelweis y otros.
También es necesario realizarse otra pregunta: porque estos investigadores, o sea koch y Pasteur, caen en el concepto de enfermedad transmisible, es decir del contagio, cuando nada se sabía al respecto, salvo la teoría de los miasmas, inespecífica y delirante y sin lugar a dudas es debido a que conocían la teoría del también denostado y perseguido Semmelweis acerca del contagio y la transmisión de la enfermedad puerperal por las manos sucias de los médicos tocólogos, que mataba a un gran tanto por ciento de las parturientas de aquel entonces.
Semmelweis incluso llego a morir en un intento de demostrar su teoría y porque había sido rechazado por la medicina convencional de aquel tiempo.
Louis Pasteur y Robert Koch realmente fueron los primeros en asociar una enfermedad infectocontagiosa a un germen, el cual muchas veces aislaron e identificaron, con ayuda del microscopio, pero como he sostenido antes la aplicación de la vacunación y la idea enfermedad transmisible o contagiosa se hizo de forma intuitiva y basada en conocimientos empíricos anteriores.
A partir de la formulación de la teoría microbiana los investigadores tienen el camino despejado: conocen el germen, le dan nombre, lo colorean para observarlo mejor y ensayan sistemáticamente sustancias que inhiban el crecimiento bacteriano y más tarde intentan convertir esas sustancias en medicamentos. El camino fue largo y complicado y los primeros antibióticos no aparecieron hasta el siglo XX.
Resulta sorprendente, en cambio, que con anterioridad a la teoría microbiana, sin haber sido postulados sus principios y sin saber qué microbio concreto era el causante de la enfermedad, se produjeran dos avances de gran trascendencia: la vacunación antivariólica de Edward Jenner y la introducción del cloruro cálcico como antiséptico contra la fiebre puerperal por parte de Semmelweis. Estos dos autores no conocían previamente el germen patógeno, que no había sido aislado ni identificado. Jamás supieron el nombre del germen que producía la viruela o mataba a las parturientas, no dispusieron de los cultivos de esos gérmenes previamente identificados para desarrollar vacunas, antisépticos, quimioterápicos o antibióticos. Pero su capacidad de observación, en ausencia de teoría microbiana, le permitió a Jenner introducir la primera vacuna y a Semmelweis, el primer antiséptico. ¿No fue esto genialidad en estado puro?
Son dos aportaciones basadas en la observación y la reflexión sobre lo observado, por lo que no debe restarse mérito alguno tal como hace la historia a Jenner y Semmelweis. Antes al contrario, las condiciones en que realizaron su aportación, sin teoría microbiana y con la oposición de sus colegas, hace más meritoria su obra y asientan en verdad los fundamentos o pilares de la posteriormente llamada teoría microbiana. Jenner y Semmelweis no disponían de la teoría microbiana para justificar la vacunación y la antisepsia, no podían demostrar que la viruela y la fiebre puerperal se debían, respectivamente, al virus variola y a diversos estreptococos, enterococos y proteus, entre otros gérmenes que pueden causar infecciones del tracto genital femenino después del parto o del aborto. Sólo sabían que se podía vacunar contra la viruela y destruir con cloruro cálcico el veneno (así le llamaba y observe el lector que no conocía los gérmenes) que según Semmelweis causaba las fiebres puerperales (Lo verdaderamente curioso es que el primer antiséptico usado contra los gérmenes fuese un derivado de cloro). Por ello hubieron de soportar críticas, descalificaciones y burlas, sobre todo Semmelweis, que sufrió en vida la incomprensión general y murió deprimido y al borde de la locura.
El cloruro cálcico es un compuesto a base de cloro, años antes de que comenzase Semmelweis a usarlo como antiséptico en el año 1774. Carl William Scheele había descubierto el cloro.
Hasta la fecha casi nada ha igualado al cloro como antiséptico en la depuración de aguas, de utensilios etc. y seguimos usando derivados del mismo al igual que hizo Semmelweis, es por ello que este médico se adelanto muchísimos años a los conocimientos actuales, pero nada se ha hablado en ciencia médica sobre las aplicaciones de los derivados no tóxicos del cloro y el yodo por vía general a pesar que algunos pioneros ya los han usado y con excelentes resultados en múltiples patologías.
Posteriormente a los descubrimientos de Semmelweis, en marzo de 1867, el médico cirujano Joseph Lister tuvo la brillante idea de aunar la propuesta exitosa de Semmelweis con los recientemente adquiridos conocimientos de Louis Pasteur. Lister publicó en The Lancet un artículo en el que proponía el origen bacteriano de la infección en las heridas y métodos para luchar contra ella: el uso del fenol como antiséptico para lavar el instrumental, las manos de los cirujanos y las heridas abiertas. El efecto fue espectacular; procedimientos quirúrgicos que antes eran una sentencia de muerte por infección casi segura se convirtieron en rutina.
Lister limpio el aire de bacterias mediante aspersiones de ácido fénico en la sala de operaciones antes de la intervención, también se lavaba las manos y esterilizaba los utensilios, vendas y la herida misma con la misma solución de ácido fénico. Este tratamiento se dejo de aplicar, puesto que este ácido atacaba los tejidos, pero se observo que muy pocas operaciones de Lister morían por infección. La mayoría sanaba. Este doctor había descubierto el secreto de los antisépticos.
Pero Lister que era de la época de Pasteur. También se aupó en los hombros de un gigante Semmelweis
La vacunación fue iniciada empíricamente por Edward Jenner y se generalizó gracias a Pasteur. A partir de la obra de Pasteur se han desarrollado muchas vacunas eficaces contra las enfermedades infecciosas. La sueroterapia fue aplicada en las postrimerías del siglo XIX por dos discípulos de Koch: Emil Behring y Shibasaburo Kitasato. Los primeros agentes antibacterianos y antiprotozooarios no aparecieron hasta las primeras décadas del siglo XX. Los quimioterápicos fueron sintetizados químicamente y los antibióticos se obtuvieron a partir de microorganismos.
Realmente los antibióticos significaron un avance sorprendente, pero desde mi punto de vista también con antisépticos administrados por vía general hubiese sido posible luchar contra los germenes, como son los derivados del cloro, el yodo y otros, puesto que además se conoce y se conocía antes, que ciertos derivados del cloro y el yodo, no son tóxicos ni tiene contraindicaciones, además los antisépticos de este tipo no pueden ser patentados y son patrimonio de la humanidad.
De hecho en tiempos pasados, ciertos médicos ya usaron estos dos elementos, por vía general con grandes resultados en las infecciones e incluso otras enfermedades, pero la propaganda de los antibióticos hizo que cayesen en desuso (no solamente los antisépticos, sino también las sulfamidas) y quizá tengan una ventaja sobre los antibióticos y es que no crean resistencias, lo cual lleva a que constantemente sea preciso descubrir nuevos antibióticos, porque los anteriores no sirven, sin embargo a los antisépticos esto no le ocurre.
Los antisépticos hoy día han sido relegados para uso externo y depuración de aguas etc., lo cual desde mi punto de vista es un error.
Es por todo ello que se ha creado un nuevo producto dietético derivado del cloro y el yodo, para tratamiento por vía general denominado CLORUDOL
Alexander Fleming descubrió la penicilina en 1928 con otra genialidad. Previamente, en 1921, había observado el efecto antibacteriano de la lisozima, una enzima digestiva presente en la saliva, las lágrimas y la clara de huevo. En 1928, trabajando en el laboratorio del hospital St. Mary’s de Londres contaminó de forma accidental uno de sus cultivos de estafilococos. El agente contaminante y por tanto el primer antibiótico fue el moho Penicillium notatum, que había provocado en la placa de cultivo una región circular en la que no existía crecimiento bacteriano.
Edward Jenner (Berkeley, Inglaterra, 1749-1823), era hijo de Stephen Jenner, vicario de Berkeley, que falleció cuando Edward tenía cinco años. A los trece años comenzó a colaborar con un médico cirujano de Sodbury y en 1770 inicia sus estudios en el Hospital San Jorge, en Londres, donde será discípulo del cirujano John Hunter. En 1778 contrajo matrimonio con Catalina Kingscoke, mujer de salud delicada, que colaboró activamente en los trabajos de su marido, que ejerció la medicina en Berkeley.
Una ordeñadora de vacas, le aseguró que ella nunca enfermaría de viruela gracias a su trabajo de ordeñadora. Jenner empezó a observar a las ordeñadoras y para su sorpresa ninguna de ellas padecía la viruela humana, pues se habían inmunizado padeciendo el cowpox, una viruela leve que se produce en las ubres de las vacas. Jenner se dio cuenta de que las ordeñadoras de las vacas padecían la viruela vacuna, una enfermedad que causa síntomas de poca importancia en el hombre y que eran resistentes al contagio de la viruela humana, por lo que era el único grupo poblacional que no padecía la enfermedad.
Jenner extrajo pus de una pústula de la mano de Sarah Nelmes, una ordeñadora que había contraído la viruela vacuna y el 14 de mayo de 1796 inoculó a James Phips, un joven que como resultado de la inoculación no padeció la viruela humana.
Jenner había tenido éxito, pero sus colegas no aceptaron su descubrimiento y tenían razones no para hacerlo, pues se ignoraba la existencia de los microorganismos patógenos y parecía arriesgado usar viruela de las vacas para inmunizar a los humanos. Los médicos criticaron a Jenner, le juzgaron temerario y la Asociación Médica de Londres se opuso a la vacunación y expulsó de su seno a Jenner, argumentando que la vacunación produciría graves daños a los vacunados.
Hubo críticas violentas e injuriosas. Un folleto publicado por el doctor Rowley contenía una viñeta en que se representaba a un niño con cabeza de buey, después de haber sido vacunado. Algunos clérigos predicaban en los púlpitos que la vacuna era anticristiana.
Las críticas se prolongaron durante veinte años y no terminaron hasta que Napoleón dio la orden de vacunar a su ejército en 1805. Posteriormente la condesa de Berkeley y Lady Duce vacunaron a sus hijos con éxito y Jenner recibió ofertas para establecerse en Londres pero prefirió permanecer en Berkeley,.
La difusión de la vacuna fue realizada por la Armada británica en sus territorios del Mediterráneo (Gibraltar, Menorca, Malta) y por los españoles gracias a la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna hacia las colonias españolas de América y Filipinas, dirigida por el cirujano honorario de Carlos IV Francisco Javier Balmes y Berenguer (1753-1819).
El «salvador de las madres»
Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865), nacido en Budapest, Hungría, viajó a Viena en 1837 para estudiar Derecho, pero su verdadera vocación era la Medicina y cursó estudios en el Hospital General de Viena, donde fue alumno de Joseph Skoda, Carl von Rokitansky y Ferdinand von Hebra, tres celebridades médicas de la Viena de su tiempo. En 1839, tras haberse inaugurado la Escuela de Medicina de Budapest, regresó a su ciudad natal para proseguir su formación, pero la enseñanza no le convencía y retornó a Viena, donde se licenció en Medicina y empezó a trabajar con Rokitansky, que se dedicaba a infecciones quirúrgicas. La realidad del hospital y cuanto ve le deja insatisfecho: «Todo lo que aquí se hace me parece muy inútil; los fallecimientos se suceden de la forma más simple. Se continúa operando, sin embargo, sin tratar de saber verdaderamente por qué tal enfermo sucumbe antes que otros en casos idénticos». A los 28 años, obtiene el doctorado en obstetricia y es asistente en una maternidad del Hospicio General de Viena.
En su época se consideraba que las miasmas eran la causa de las infecciones, entre ellas la sepsis puerperal. En 1795 se publican los primeros estudios que recomiendan lavarse las manos tras asistir a enfermas afectadas de fiebre puerperal antes de atender a nuevas parturientas l.j.boer, a principios del siglo XIX, aplica normas higiénicas en la Maternidad de Viena y consigue reducir la mortalidad materna hasta el 0,9%. Su sucesor, el doctor Klein, dejará de aplicarlas, con el resultado de que la mortalidad asciende al 29,3% (moría una de cada tres mujeres atendidas durante el parto en el hospital).
Oliver Wendell Holmes publicó en 1843 On the Contagiousness of Puerperal Fever, en el que recomendaba a los médicos lavarse cuidadosamente, cambiarse de ropa y esperar al menos 24 horas antes de atender a otra parturienta si habían estado en contacto con una enferma de fiebre puerperal. La mayoría de médicos rechazaron el método propuesto por Holmes.
Una mortalidad desconcertante
Semmelweis observó la alta tasa de mortalidad entre las parturientas. En el hospicio había dos salas de partos, dirigidas respectivamente por los doctores Klein y Bartch. En la primera, la mortalidad en 1846 era aterradora: el 96%. Preocupado, comenzó a estudiar las diferencias entre ambos pabellones. El de Klein era muy frecuentado por los estudiantes de medicina, que atendían a las parturientas después de las sesiones de medicina forense. La sala de partos de Bartch era más utilizada por las comadronas y la mortalidad se disparaba cuando los estudiantes visitaban a las parturientas. Semmelweis no cerró los ojos a la incómoda realidad: la causa de la fiebre puerperal es que los estudiantes transportan algún tipo de «materia putrefacta» o veneno desde los cadáveres hasta las mujeres. Así explicó un hecho en apariencia desconcertante: que las mujeres que daban a luz en sus domicilios o en la calle tuviesen una tasa de mortalidad muy inferior al grupo de mujeres que parían en el hospital, sobre todo si en éste eran atendidas por los estudiantes de medicina. Semmelweis denunció que la fiebre puerperal era originada por las partículas de cadáveres adheridas a las manos de los estudiantes.
CLORURO CLACICO
En octubre de 1846 obligó a los estudiantes a lavarse las manos antes de examinar a las embarazadas. La respuesta de Klein fue fulminante: el 20 de octubre despidió a su ayudante. Semmelweis hace un viaje por Europa y retorna a Viena, donde espera que Skoda le consiga una plaza en el hospital que dirige. Su hipótesis se ve reforzada cuando fallece el profesor de anatomía Kolletchka, tras herirse durante una disección y morir de los mismos síntomas de la fiebre puerperal. La conclusión es evidente: la causa de la enfermedad son los exudados de los cadáveres.
Gracias a Skoda es nombrado ayudante en la sala dirigida por Bartch. Su consigna no deja lugar a dudas: «Desodorar las manos, todo el problema radica en eso».
Solicita que los estudiantes de la sala de Klein pasen a la sala de Bartch: la mortalidad sube del 9 al 27%. Decide preparar una solución de cloruro cálcico y obligar a que se laven las manos los estudiantes que hayan trabajado en el pabellón de disecciones ese día o el anterior. La mortalidad desciende al 12%. Consulta los archivos de la Maternidad de Viena desde 1784 hasta 1848 y cruza los datos de partos, defunciones y tasas de mortalidad. Él mismo es el causante de varias defunciones: en junio de 1848 asiste de cáncer de útero a una mujer y a continuación explora a cinco parturientas. Las cinco mueren de fiebre puerperal. En consecuencia, los vectores de la enfermedad son las manos, que hay que limpiar minuciosamente, y no sólo contaminan los cadáveres sino también a los enfermos. Decide que se laven las manos con cloruro cálcico todas las personas que examinen a las embarazadas: la mortalidad cae al 0,23%.
La demostración es irrefutable, pero no le hacen caso: Semmelweis es un modesto médico húngaro que está acusando de suciedad y descuido a las celebridades médicas de la próspera y poderosa Viena. Se le acusa de haber falseado las estadísticas y de que su experimento es erróneo y no puede ser reproducido.
Mientras los médicos polemizaban y se negaban a dar su brazo a torcer, las parturientas seguían falleciendo, a pesar de que el remedio era una simple cubeta de cloruro cálcico en la que lavarse las manos. Sólo le apoyan Skoda, Rokitansky, Hébra, Heller y Helm. Prevalece la opinión del influyente Klein y el 20 de marzo de 1849 Semmelweis es expulsado de la Maternidad.
Se traslada a Budapest en plena revolución contra los húngaros y vive en condiciones penosas. Tiene hambre y un brazo y una pierna fracturados. Su amigo, el doctor Markusovsky, consigue que lo acepten en la Maternidad de San Roque de Budapest, dirigida por el doctor Birley. Allí redacta su obra fundamental: De la etiología, el concepto y la profilaxis de la fiebre puerperal. Sus consejos higiénicos son ignorados también en Budapest y Semmelweis se desespera y comienza a deprimirse y a utilizar un tono desequilibrado, como en la carta que dirige a todos los profesores de obstetricia: «Mi descubrimiento, ¡ay!, depende de los tocólogos. Y con esto ya está todo dicho (...) Llamo asesinos a todos los que se oponen a las normas que he prescrito para evitar la fiebre puerperal. Contra ellos, me levanto como resuelto adversario, ¡tal como debe uno alzarse contra los partidarios de un crimen! Para mí no hay otra forma de tratarles que como asesinos. ¡Y todos los que tengan el corazón en su sitio pensarán como yo! No es necesario cerrar las salas de maternidad para que cesen los desastres que deploramos, sino que conviene echar a los tocólogos, ya que son ellos los que se comportan como auténticas epidemias...»
Algo parecido ocurre hoy día en cuanto a los investigadores heterodoxos del cáncer, que son materialmente perseguidos y encarcelados, es por ello que me suena tanto esta historia
Sus adversarios le ridiculizan y le describen como un pobre hombre, un enajenado. Desesperado, pega pasquines en Budapest advirtiendo a las embarazadas del riesgo que corren si acuden a los médicos. Su situación es lamentable: padece alucinaciones, busca tesoros escondidos en las paredes de su casa y es internado en un asilo. Le dan el alta, entra en el pabellón de anatomía y delante de los alumnos abre un cadáver y utiliza después el bisturí para provocarse una herida. Quiere demostrar que los fluidos de los cadáveres son venenosos. Cae gravemente enfermo y aunque Skoda acude a Budapest para tratarle, fallece tras padecer los mismos síntomas que las mujeres a quienes había intentado ayudar y muere a los 47 años en brazos de Skoda.
En la actualidad, en el Hospicio General de Viena hay una estatua de Semmelweis (como siempre ocurre, después de muerto y bien muerto por los supuestos científicos ortodoxos de aquel entonces), con una placa y la siguiente inscripción: «El salvador de las madres».
Formula del CLORUDOL:
Alga Kelp; Nogal negro o verde; Agua de mar; Stevia; Cloruro de potasio; Cloruro de sodio; Cloruro de calcio; Cloruro de magnesio; Cloruro de zinc; Acido citrico; Sorbato de potasio; Agua c.s.p.
Dr. Francisco Mares.
Naturópata